El Ballet Romántico*.
por Prof. Mag. Lucía Chilibroste
El fin de la ola revolucionaria francesa y su posterior período napoleónico e intento de restauración, sumados al implacable avance de la revolución industrial, encontraron una Francia signada por profundos cambios. Se perdía la fe en la razón y con ello surgía una profunda desesperanza.
Es en esta Europa que surge el Romanticismo, el cual, además de un movimiento artístico e intelectual, fue una manera de sentir. La exaltación de las pasiones, el individualismo, el desprecio a la razón, la fascinación por la naturaleza y un coqueteo con lo oscuro pueden destacarse como aspectos que lo identificaron.
Aunque en la mayoría de las artes resulta difícil, si no imposible, caracterizar al Romanticismo, ya que tuvo sus particularidades según los países, momentos y corrientes artísticas, no sucede así con la danza. En ella el desarrollo fue más homogéneo y lineal. Y hasta se puede señalar su fecha de inicio: el 12 de marzo de 1832, en la Ópera de París, con el estreno de La Sílfide. Un momento que es considerado crucial, ya que ahí nace el ballet tal como lo conocemos hoy: un arte independiente de la ópera, con unidad y coherencia.
El mundo de reformas en el que nace La Sílfide
El Romanticismo en la danza se consagra en la Ópera de París con el estreno de La Sílfide en 1832. Institución que era considerada bastión del conservadurismo francés y a la que las nuevas tendencias artísticas no llegaban.
Pero en 1830 Francia vivió una nueva ola revolucionaria. Ésta dejó como consecuencia la expulsión a Carlos X, su último rey Borbón y en su lugar se coronó a Luis Felipe, el Duque de Orleans, proclamado “rey de los franceses” (no rey de Francia como se hacía). El nuevo gobierno del “monarca ciudadano” fue recibido con grandes esperanzas y llegó con muchos aires de cambio. Aires de cambio que también inundaron a la Ópera de París.
En 1831 fue designado como nuevo director el doctor Louis Véron, quien, si bien era médico de profesión, tras hacer una pequeña fortuna vendiendo unos productos químicos, había fundado un periódico dedicado a la literatura y las artes. Era el típico hombre burgués, vanidoso e imbuido de confianza, que al mismo tiempo era un empedernido trabajador con gran olfato para los negocios.
Visto con ojos del siglo XXI, podría decirse que Véron era un gran gestor cultural, sabiendo hacer “estudio de mercado” y conociendo los beneficios que el “marketing” podía ofrecer al teatro. Se dio cuenta que el público estaba cansado de ver dramas complejos o comedias de costumbre, los cuales no atraían mucho al público. Sin embargo, nuevas historias, más simples, en las que la danza surgiera naturalmente desde su acción, podía ser más atractivo. Además, como espectáculo, el ballet se comenzaba a independizar de la ópera. Y las historias eran fundamentales para lograr la unificación del ballet a través del argumento, la música, el vestuario y la escenografía.
Para llevar a escena las nuevas obras e incorporar el Romanticismo a la danza, las cuales eran situadas en lugares “primitivos” y mundos irreales, no escatimó gastos y realizó una importante inversión en lo relacionado a las puestas en escena.
Hizo del teatro un lugar más abierto y “fashionable”. Se decía que quería hacer de la Ópera el “Versalles” de la burguesía . Y para esto bajó los precios, aunque no al punto de popularizarlos para la gran masa de población. Dentro de su público objetivo se encontraba los oficiales de gobierno, los hombres de negocio y profesionales. Y para hacerlos sentir más confortable rediseñó el teatro haciéndolo más ostentoso, con butacas más cómodas y un sistema para regular la temperatura.
También se propuso “acercar más” al ballet a los sectores más pujantes e influyentes de la sociedad como la aristocracia y la burguesía. Para ello creó el Foyer de la danse, espacio al que los abonados más importantes podían acceder entre acto y acto para conversar y coquetear con los bailarines. Foyer que se convirtió en una importante institución social hasta que fue disuelta, recién después de la Segunda Guerra Mundial.
También contrató a Auguste Levasseur, para que formara y liderara un grupo que “guiara” los aplausos durante las obras. Eran aplaudidores profesionales tutelados por Levasseur, quien tras asistir atentamente a los ensayos y seguir las órdenes de Véron, sabía cuándo debía iniciar el aplauso, el cual era seguido primero por sus contratados (especialmente ubicados en distintos espacios del teatro), y luego instintivamente por público en general. Este grupo al que se le llamó “el claque”, aseguraba que el público saliera de cualquiera de obras presentadas en la Ópera de París, convencidos de que por la cantidad de aplausos y bravos, había sido un éxito.
Otra innovación que llevó a cabo, fue promover el sistema de bailarines estrella, las “etoiles”. Descubrió que si elevaba a ciertas bailarinas a tal grado, generaba en el público una gran admiración y así se vendían más entradas. La primera bailarina en ser promovida a “etoile” fue Marie Taglioni. Y luego al ver que La Taglioni por demás exigente y demandante promueve también a Fanny Essler para que le hiciera competencia.
Estreno de La Sílfide
Con el estreno de La sílfide se generó una locura nunca vista. A tal punto llegó que apareció el verbo «taglioniser» para referirse a bailar o moverse con la supuesta liviandad de Taglioni, se incorporó la palabra sílfide al lenguaje cotidiano y se pusieron de moda sus peinados y vestidos. El mundo entero quería ver el ballet y, de ser posible, con Taglioni como protagonista. De hecho, este fue el primer ballet que se presentó en Uruguay, en la antigua Casa de las Comedias, en 1851 (pero no con Taglioni).
El libreto fue obra de Adolphe Nourrit, tenor y gran admirador de Taglioni. Juntos habían participado en lo que se considera el antecedente del Romanticismo en el ballet: la «danza de las monjas» de la ópera Roberto el diablo (1831). Allí Taglioni, en un convento en ruinas bajo la luz de la luna (efecto favorecido por la incorporación de la iluminación a gas en 1822), emergía de una tumba «colgada» de las zapatillas de punta, lo que generó una gran fascinación, no tanto porque usara las puntas, algo que de hecho ya hacía tiempo que varias bailarinas hacían, sino por cómo lo hacía. A las autoridades del teatro esto les dio confianza para hacer una inversión inaudita en un
próximo ballet, siempre y cuando tuviera a Taglioni bailando en puntas.
Nourrit tomó como inspiración para la historia, además de a la propia Taglioni, la obra de Nodier Trilby o El duende de Argail (1822). La coreografía fue encargada al padre y maestro de la bailarina, Filippo Taglioni, quien era coreógrafo de la Ópera de París.
Esta versión original se perdió. Aunque el bailarín y coreógrafo francés Pierre Lacotte (el «conservador del ballet francés»), tras una profunda investigación histórica, la re-creó (1972) y actualmente es parte del repertorio de la Ópera de París.
Bibliografía
- Abad Carlés, Ana; “Historia del Ballet y la danza contemporánea”; Madrid; Alianza Editorial; 2004
- Falcoff, Laura (Dir); “ Revista Tiempo de Danza”; Nº3, 1995
- Garafola, Lynn (Ed); “Rethinking the Sylph: New Perspectives on the Romantic Ballet”; Wesleyan University Press; 1997
- Guest, Ivor, “ Le Ballet de l`Opéra de Paris”; Flammarion; París, 2001
- Homans, Jenniffer; “Apollo`s angels. A history of ballet”; Random House; Nueva York; 2010
- Oxford Dictionary of Dance”; Oxford; Second Edition; Oxford University Press; 2010.
*Textos escritos por la Prof. Mag Lucía Chilibroste para el Ballet Nacional del Sodre de Uruguay publicados en el programa de mano del ballet La Sílfide (mayo 2019) y en la página web de la compañía.